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Anda, arranca las hierbas del jardín, tráetelas rápido, antes de que los vecinos vean.

No creo que noten que estoy arrancando unos hierbajos del patio, se darán cuenta de otras cosas, pero de unas raíces y unas hojas no creo, Catalina.

Tú apúrate, de todos modos te tengo que hacer la limpia antes de que te tomes la pastilla, acuérdate que así te hace más remedio.

Arranqué las hierbas como me dijo, usé mi mano izquierda, jalé con toda mi fuerza y saqué de un tirón hasta las raíces. Las guardé en el morral que Cata había estado intencionando toda la noche.

Cuatro veladoras color padecimiento. Cuatro veladoras color diagnóstico. Cuatro veladoras color enfermedad. Se hace el círculo con el polvo surgido del medicamento caduco triturado. Se colocan las veladoras en cada uno de los doce puntos mientras se repiten las palabras sagradas que se han escrito sobre la receta de la primera cita médica. Se prende aquello que está dentro del copalero. Se rocía todo con esencia azul. Se riega el círculo para hacerlo sagrado. Se encienden las veladoras una a una, de derecha a izquierda. Se dejan pasar 18 minutos medidos con el reloj de cenizas. Se pone el morral al centro. Se deja toda la noche. Se deja toda la madrugada. Se cuentan 7 minutos desde la salida del sol. Se retira el morral. Se cuentan 23 minutos después del canto del gallo y se apagan las veladoras. Se cuentan 3 minutos más y se quitan las veladoras. Se cuentan otros 9 minutos y se barre el polvo surgido de los medicamentos caducos triturados. Se recogen con el petate donde el paciente ha dormido. Se arrojan al horizonte.

Ándale, apúrate con esas hierbas que las cenizas siguen corriendo en el reloj.

Espérame, Cata, dile a las cenizas que me esperen un poco más, las hierbas echaron raíz muy abajo y me cuesta arrancarlas con mi mano más mensa, la que menos ocupo; anda, Cata, diles que me esperen un poquito más, que ya casi acabo.

Pues no sé si me hagan caso, ya ves que ellas corren a su ritmo, a la velocidad que más le guste.

Entonces venme ayudar.

Acuérdate que no puedo, no me puede tocar el sol hasta que te haya hecho la limpia, no me puedo salir del jacal.

Sentía mi brazo acalambrado. El sudor bajaba por mi cara, dejaba pequeñas huellas en la tierra. Olía a tallos recién cortados, aunque aún no había cortado ninguno. Sentía que no podía terminar. Sentía que el tiempo me estaba comiendo. Sentía que no podía con este ritual.

Ándale, que ya casi se suben todas las cenizas, córrele o no te va funcionar.

Es que ya me cansé, Cata, me falta nada más una, pero ya me cansé, Cata.

Cuando todas las hierbas estén cortadas, se ponen en el piso donde durmió el paciente. Se amarran los tallos con un listón rojo. Se rocía al paciente con el agua de los cerros, esa que cayó durante la lluvia de San Juan la que quedó atrapada entre el pozo y la cueva. Se toma la piedra de río, se coloca en la boca del paciente. Se empieza la limpia.

Nada más sentía como las hierbas subían por mi carne. Tenía que estar casi desnudo y nunca me había gustado estar encuerado frente a los demás. Cata susurraba una oración que no entendía y no escuchaba. Ella sudaba más que yo. Sus cabellos se repegaban a sus cachetes húmedos y formaban pequeños mapas sobre su piel sonrojada por el esfuerzo.

La piedra en mi boca tenía un sabor raro, la sentía áspera, como si hablara con mis dientes y mi lengua. Las hierbas chocando contra mi cuerpo dolían. Dejaban marcas rojas y pedazos de ellas mismas, esparcían su aroma, arrojaban su ser.

Catalina cantaba una melodía que le enseñaron los espíritus de las abuelas, la entonaba con las notas que solo la garganta de una chamana poseía. Catalina no lo aceptaba, pero era eso, una chamana. Una nahuala que estaba aprendiendo. Le costaba memorizar las cosas, a veces fallaba direccionando la energía. Otras veces se equivocaba, confundía las cosas, pero lo intentaba, siempre lo intentaba. Ahora buscaba la cura.

Dejó de golpearme con las hierbas. Las metió en una bolsa amarilla. Me moví un poco, sentía mi cuerpo entumido por estar en la misma pose mucho tiempo.

Ya cómete la pastilla.

Fui por el bote donde tenía los ARV’s. Saqué uno al azar. Lo puse en mi lengua. Lo acerqué a mi garganta. Tomé un trago de agua de San Juan y dejé que todo bajara lento por mi esófago.

Cuando terminé la limpia, apague aquello que está dentro del copalero. Coloque las cenizas restantes dentro del frasco de medicamentos. Llevé las hierbas usadas a las piedras sagradas y colóquelas como ofrenda. Queme la bolsa amarilla.

Catalina había salido al patio. El sol ya podía tocarla. Gritó mi nombre. Salí a verla. Olvidé que solo llevaba los calzones puestos. Miramos las nubes. Vimos a los cerros del pueblo hacer su danza. Las flores cantaban algo. Los pájaros flotaban casi inertes en el cielo. Entonces un ruido salió de la iglesia. Era San Juan.

Anda, vístete, hay que ir plantando las otras semillas, necesitamos hierbas para la próxima limpia.

Regresé al jacal. Me puse mi ropa. Busqué las semillas y salí de nuevo al jardín. Desde algún sitio, San Juan se alimentaba. Lo escuchaba masticar.