Bien enterrao (crónica de los desaparecidos)

Bien enterao (crónica de los desaparecido)

Gilberto García

Mire, deje le cuento. Compré un arbolito en el puesto de Doña Chucha. Hacía años que no la veía. Me dijeron que se había rejuntado a todos sus hijos e hijas y directo al Norte se había pelado.
Lo que es no estar enamorado de su tierra. ¿Cómo no quererla? Oler la tierra mojadita, sentir el lodo entre las uñas, arrullar a los animalitos, platicarles pa’ que no se aburran. Peinar las hojas de los maíces y comerse los garbanzos recién cosechados, una lavadita y listo. No hay nada como disfrutar y querer lo que una siembra y cosecha. Lo digo yo que he vivido aquí de más, yasta se me perdió la cuenta de los años. Gracias a Dios, Nuestro Señor, no me he puesto verde o me ha salido cola. Que a bien le pido que me siga manteniendo coleando porque, quién sino yo pa’ cuidarle sus criaciones.
Lo planté, el arbolito, afuera de la casita que nos heredaron mis tatas que ansina ha venido pasando, de mis abuelos, de mis abuelos a mis papás y ora que hace unos añitos se me fueron, pos me la dejaron pa’ cuidarla yo y miré nomás cómo la he tratado, con todas sus ventanas limpiecitas, nomás que no me gusta quitar las enredaderas estas, mi corazón no me deja. Tan chulas creciendo parriba, parece que quieren alcanzar algo. Sabrá Dios qué. Hasta chistoso parece, imagino que es la mesma tierra con sus raíces, todos los arbolitos y arbustos, las flores y las yerbas, son raíces de la tierra que ya no tienen lugar ni comida allá pabajo, ora quieren de arriba pa’ ver si les gusta algo.
Como eran tiempos de frío le puse su bolsita, al arbolito, pa’ que no agarrara catarro. Sólo una semana me duró. Me desperté tempranito, como siempre, con decirle que le gané al gallo, con mis ojos apuntando al mero árbol y no estaba. La tierra salida y unas cuantas hojitas, como sangre. No oí los llantos y espero que Dios no me perdone por eso. ¡Tan chulo…!


Le compré otro a Doña Chucha, me dijo que pa’ qué quería tanto árbol si de seguro ya tenía una pinche selva y yo le respondí que era pa’ echar raíces, que uno en estos tiempos tiene que estar bien parao.
Lo mesmo. Una semana.


Pensé que era el hoyo donde lo plantaba, ansina que fui con Doña Chucha y otro del mesmo tipo le compré, pero ora en otro lado lo puse. Atrás de la casa, donde me sentaba a mirar los campos llenos de maíz, ora tendría pa’ mirar otra chulada, hasta pa’ contarle historias me servía. Esa noche me fui a acompañarlo, reteplaticador salió. Más coraje me dio que el sueño me ganó y en mi jeta se lo llevaron.
Ni hojas dejaron, sólo el hoyo donde puse más que un árbol ora. Cuando empecé a barrer esa tarde, un papel tirado, cerca del joyo me encontré. Yo no sé de ler, pero los dibujos hay enjarraos eran de la casota esa del alcalde. Retearto coraje me dio.

Acto IV (la transformación)


Fui de nuevo con Doña Chucha y dos árboles me traje. Uno en cada lao de la casa, bien puestos, macizos como el tractor y como la silla que puse en el fondo del terreno, con un café desos que no te dejan pelar los ojos y con luceros en cada árbol pa’ ver quién se los llevaba.
Plena madrugada y chico frío pegaba, cuando de repente un chiflón y que los luceros se caen, corrí al de la izquierda y nomás nada. Sin árbol. Mesmo caso el de la derecha y en el fondo del agujero el mesmo mendigo papel.
Ora a ver si pueden con esta. ¡Bien enterrao, ora le pido a Dios que me de raíces y me ponga verrrde, que del agujero no salgo hasta ver quien se lleva mis retechulos arbolitos!