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Era un concierto de carretera. Ánimas, Entes y Fantasmas lo esperaban desde el cuarto atardecer. Hoy no había luna. El polvo aplaudía la ausencia de silencio. Era alérgico a la nada. Era alérgico a la nostalgia y a los sinónimos poéticos donde le disfrazaban de metáforas mal contadas. 

L había invitado a O. Apartó la mesa más lejana, colocó un mantel repleto de hilos y cicatrices, zurcido después de tantas citas fallidas y algunas borracheras fuera de control. Se aseguró que no hubiera ningún puente cerca. No quería que sus iniciales estuvieran grabadas de nuevo en los barandales metálicos de uno. Estaba cansado de solo ser trayecto sin proyectarse destino. 

Sabía de antemano que la niebla ocultaba entre sus códigos las profecías y predicciones de todo lo que la toca y la crea. Lástima que en los últimos años no compartimos lenguaje, ella me habla sin traductores y yo la escucho sin intérpretes de por medio. Si acaso viene, lo hace mientras estoy dormido, mientras me baño con las gotas de la lluvia, la que pasa de vez en cuando por esta sierra de concreto y buganvilias mal enraizadas. Amo el olor de la lluvia recién defecada, trae consigo la pureza casi total de su existencia. 

Han pasado algunos tráileres que dejaron los frenos al pie del camino, han entendido la caducidad de su existencia, por fortuna no se cuestionan su ser o su estancia, corren casi despavoridos al final de su rodada. 

Son tantas las noches que he dormido. Son tantas las noches que he soñado. Son pocas las tardes que nos acercamos al juego de ajedrez. Recuerdo haber memorizado tu nombre, las sílabas atrapadas entre la O y la Z que te conforman. Tomé tu mano varias veces, tus dedos aumentaban de peso al cargar los anillos que tanto amas. Perdí uno en Aguascalientes. Lo dejé olvidado en el baño. El concilio aún discute si acaso fue un accidente o un fallido intento de olvidarte en cualquier rincón de la tierra. Estabas lejos. Estaba borracho. Entonces les conté la historia del anillo. 

Las sombras de los óleos del barrio, el que se construyó sobre las cuatro casas, eran las únicas que nos cobijaban. Tu altura se ocultaba bajo tu abrigo y tu perfume. Había poca luz. Estaba tu sonrisa y mis manos alrededor de tu cuerpo. Como siempre, estaba borracho. Quiero creer que bailábamos la canción más ordinaria de cualquier mundo. Regurgité mi memoria en ese instante. Olías a mi futuro corazón roto, olías a tus ganas de no dejarme ir, olías a que no podría olvidarte. Olías a tarot barato, a predicciones mal hechas, al enjuague bucal comprado en oferta en el supermercado que está detrás de mi casa. 

Prefiero los tianguis, los he fotografiado tantas veces, ahí donde encontré el kilo de jitomates que perdiste aquella tarde de septiembre. No quisiste leer el final de mi carta de amor. Las despedidas te dan alergia. Entonces te pronuncié cuenco y portal: O, O, O, O, todas las veces que pude. Tomé con mis garras al tiempo, lo descuarticé para que no transcurriera en ese momento. Entonces, como si se tratara de cualquier comedia romántica, tomaste mi mano. Acariciaste mis pequeños dedos de carne morena y sangre nahua, los despojaste del único anillo, el de cuentas y plata que compré la semana pasada. Colocaste en su lugar tu favorito, el que se quedó oliendo a tu tabaco y a tu cuerpo. Me quedó grande. Lo amé.

Escuchaste, O, perdí el anillo que amé. Perdí un poco de ti en un sucio baño público. Regresé corriendo y ya no estaba, se había ido, se marchó, decidió migrar, buscarte, preguntarte por qué se transformó en un obsequió si no pretendías amarme. Perdí el anillo O, esa en la verdad. Perdí el anillo. 

El motor del tráiler me despertó. El mantel seguía en su lugar. En el suelo corrían los signos de interrogación que derramé mientras dormía. No llegaste. Nunca llegas, solo asistes cuando te da la gana, cuando piensas que no te espero.

Os se acercó a L. Miró el humo de los inciensos, habían cambiado de color. Pensó que otro ciclo iniciaba. Tenía razón, O había recuperado su Z. De los labios de L salió la verdad. Oz estaba de vuelta. Os volteó al escenario. Los músicos preparaban el concierto de carretera. Las sombras de los penitentes llegaron. Tenían que comenzar. L se levantó. Arrojó alcohol al mantel y le prendió fuego. El ritual estaba hecho. El puente de las iniciales tembló. Y ahí en la lejanía, junto al trono vacío de satán, Oz parpadeó.