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Estamos otra vez en esta cama. El colchón nos escucha, asiente con cada oración que transcurre entre su cuerpo y el mío. Tardé en preguntarle su nombre. Soy mayor que él, quizás por eso no nos conocimos antes. Ese maldito antes.
Su saliva aún corre por mi tracto digestivo. Mi semen sigue en su interior. Él eyaculó sobre mi cara, de rodillas sobre mi rostro, con sus huevos colgando sobre mi cuello. Lo miré durante su orgasmo. Su cuerpo se tensó, sus ojos vieron a cristo en la cruz y sintió el éxtasis de los clavos sobre sus manos y sus pies. Recibí la bendición blanca sobre mi piel. Lo amaba (¿?) no sé si lo amaba.
Es una lástima que Alfredo no fume, un cliché más que no podríamos cumplir. Recorrí su cuerpo de nuevo. Alejó mi mano de su piel. Su pene comenzaba a pararse de nuevo. Seguía excitado. Seguíamos calientes. La casualidad nos llevó a encontrarnos después. Ese maldito después. Siempre dijo que tenía dueño.
Otro cliché que no sería nuestro, el del amor eterno, el de las almas gemelas que se encontraron en una mirada. Llevaban ya varios años viviendo juntos. Casi casados, casi esposos, casi vivieron felices para siempre. Pero ahora está conmigo, en esta cama, donde soy el amante, el otro, el desfogue donde no transcurre la historia.
Miro a Alfredo, me doy cuenta que me gusta. Su cabello rizado, sus manos llenas de venas palpitantes. Sus clavículas se me hacen particularmente sensuales. Quizás su casi marido me produce morbo. También me doy cuenta que lo quiero, lo amo (¿?). Siente lo mismo, lo sé, sus ojos me lo dicen cuando me lo estoy cogiendo, su sudor me lo grita cuando me lo estoy cogiendo, sus gemidos me lo susurran cuando me lo estoy cogiendo. Su culo me lo confirma cuando me lo estoy cogiendo. Será que piensa en él cuando me lo estoy cogiendo. La idea me prende un poco, quizás bastante.
Alfredo mueve sus pies. No vale la pena dedicarle canciones, ni pensar en un futuro donde las cosas cambien. Es una bendición no pensar en citas, en flores, en mandarle mensajes en las mañanas y besarle la frente cuando duerme, eso ya lo hace otro, de eso ya se encarga otro… y que se siga encargando.
A mí me toca lo clandestino, como los sitios donde me tomo mis caguamas y me ligo al vato que se me antoje, unas cuantas chelas y resulta que también le gustan los hombres. Alfredo se me antoja. Sus nalgas me seducen, su espalda eriza mi piel, la verruga de su nariz lo hace ver más guapo de lo que es.
Me quité la idea de que lo dejaría. Nadie deja una vida, por muy monótona que sea. Solo soy el morro que le mete la verga, quizás haya otros, quizás solo soy yo. Alfredo da un bostezo, sonríe. Me acerco a su cuerpo, lo jalo hacía mí, lo abrazo, se recuesta sobre mi pecho, me mira a los ojos y le devuelvo el parpadeo. Me abraza con fuerza, su piel se pone más tibia, su corazón late con más fuerza, su respiración cambia. Nos besamos. Me gusta besarlo, lamer su cuello, sentir su manzana de Adán entre mis labios. Sé que debo parar. Sé que debo dejarlo caliente, listo para “el otro” para que piense que es el único que se lo coge y por eso siempre está caliente. Sigo besando a Alfredo. Sigo acariciando a Alfredo.
Su celular empieza a sonar…