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adj. Dicho de un color: Semejante al de la hierba fresca o al de la esmeralda, y que ocupa el cuarto lugar en el espectro luminoso. 

El aroma a pasto surgía de sus pupilas. Verdes lápidas iluminadas por las notas del charango mal afinado. Aún no lo sabía ¿Sobre qué nos sumergíamos? El diccionario vino después, llegó tarde, tras otros días de no sernos, y si acaso fuimos, no fue la obra, ni la toma, ni el corte final de un prestigioso director. Iba tarde como siempre, como Héctor me enseñó después, a ser elegante con los retrasos. Ahí era distinto, menos viejo, menos tonto, menos experimentado, menos todo. Su existencia sabor a caminata aún no marcaba el camino. 

E:

L: Llegué tarde sin saber que lo conocería. Entré al café. Llevaba mi mochila, la cámara y el tripié conmigo. El calor de mayo siempre me pareció insultante, un desperdicio de energía, un desgaste sin motivo. ¿Mi peor enemigo? El sudor por el solo hecho de existir en mayo. Tomé mi mesa favorita, donde alguna vez platiqué con Are o Grisel. Y lo vi, en el roído sillón verde que nunca me gustó. Algo de él me llamó. Su postura, su cabello, sus manos grandes, la curvatura de su espalda, la manera en que separaba los pies cuando se sentaba. 

E:

L: Era una locura. A esa distancia era imposible mirar sus pupilas o siquiera escuchar los latidos de su corazón. No es que estuviera muy lejos, pero hay cosas que solo se oyen de cerca, cuando se respira el mismo aire, cuando el dióxido de carbono encapsula a dos personas y las marea y las intoxica. Pero eso todavía no ocurría, faltaban unos pocos episodios para que transcurriera de la manera en que pasó.

E: 

L: 

El camión siempre tarda en pasar. El puente tarda en suceder. Creo que eran como las 5, lo sabía por la cantidad de humo que ya se acumulaba. El metal aullaba, de tortura, de calor. Este maldito calor de mayo que nunca he soportado. J seguía en el sillón. Yo sigo en esta mesa donde finjo leer. Él cruza sus piernas, parece un Buda, una especie de santo que sonríe, que agita su melena pecaminosa con el aire cálido de la primavera. Sus zapatos están sucios, su cuerpo suda en silencio, con gotas mudas que desaparecen al tocar el límite de su piel con esta existencia. Deseo, pero no puedo parar de verlo. Lo miro de reojo, por mis lentes oscurecidos por el aumento de la temperatura. Lo observo y se me hace tan guapo. De las horas que vienen aún no sé nada, de las lluvias que retornan aún no sé nada.

De la distorsión histórica, efímera y experimental… aún no sé nada. Estamos en el punto, en la intersección inexacta, donde nos encontramos en líneas discontinuas que parecen coincidir. Aún no conozco su nombre, aún no me enamoro de sus dedos sobre las cuerdas de la guitarra, aún no sé si existe la silla del fantasma o el taller donde nace el óxido y el polvo. Ro interrumpió el deshilar de mi mente. Estrechó mi mano. Venía agitada, casi se le había hecho tarde. Miró al sillón verde. Sonrió. El extraño ser se acercó. Entonces, el punto se fusionó.