Cita con la psicóloga u otro live en Facebook
Por Gustavo Hernández
Salgo de su departamento mientras en la calle llovizna. No me acompañó a la salida, unos vecinos se están mudando y el portón está abierto. Espero bajo la estructura del edificio mientras llega el Uber, pero mi celular no tiene señal. Mirando por un momento el cielo nublado y los árboles de la otra banqueta, recuerdo sus palabras. Necesitas salir más, no seas tan duro contigo mismo. La lluvia no arrecia, decido regresar a casa caminando, aún no me animo a subirme al camión.
Dejo la calle para incorporarme a la avenida. De reojo intento ver dentro del autolavado con una delgada cinta amarilla en su perímetro, como si nada hubiese pasado. Lo primero que vi en la mañana fue una transmisión en vivo, donde reportaban el homicidio de dos personas sobre avenida las Fuentes. Minutos antes de salir de casa vi otro video, grabado en un edificio de enfrente. Los sicarios tratando de incendiar los cuerpos. ¿Cómo seguir el día después de eso? De la misma forma que se hace desde hace muchos años, cosa que sigo sin comprender.
Dejo atrás la inauguración de un negocio de autopartes. Una edecán en paños menores que baila bajo el frío y la lluvia. Camino al lado de las oficinas de Telmex que conforman una cuadra entera. Antes en ese edificio de cristal trabajaban un montón de personas, ahora ya casi nadie, supongo que las máquinas los reemplazaron. Una señora con un pastel en las manos intenta subirse a su coche. Pienso en ayudarle, pero ella es hábil y balancea el postre en una mano, con la otra abre la puerta de un chevy gris que conduce un hombre.
Camino hasta llegar a las vías del tren. A contra esquina, veo otro autolavado, el mismo donde mi madre solía llevar su camioneta. Yo en una sección infantil, columpiándome o dejándome caer en la resbaladilla plástica, de esas que con unas horas en el sol se calentaban más que en el infierno. Ella leyendo un libro (de García Márquez o Isabel Allende) que siempre llevaba en su bolsa: blanca, azul marino o verde militar, son las que recuerdo. Paso a un lado del lugar. No sé cuánto tiempo debe llevar abandonado.
Sigo el camino y paso por una farmacia. Un coche estacionado; el conductor me mira raro, con desconfianza. Evito seguir viendo para no incomodar. Ahora el hospital MAC, que tiene alguna gente afuera. Es que mi mamá está en el hospital, dice un hombre por teléfono. Sobre la entrada algunos coches estacionan, personas dentro que quisieran estar en otra parte.
En una banca cercana a las vías del tren, un muchacho y una muchacha abrazándose. Se separan por un momento para mirarse, después se besan con pasión. Ríen y se miran a los ojos, ajenos a todo lo demás. Recuerdo cosas. Sigo caminando.
Doy vuelta en Sauz. Una muchacha pone toda su atención cocinando carne para una hamburguesa. Nota mi presencia hasta que ya no puede verme. Más adelante, en la parada del camión, un hombre me mira de forma extraña. Prefiero caminar por la calle. Lo veo haciendo un movimiento raro con el brazo, me asusto y camino más rápido. Volteo para ver que solamente estaba abrazando a una mujer. Sigo, pero durante toda una cuadra sigo volteando. Dos motos pasan, ambas me ponen nervioso.
Pienso girar dos calles antes de Torres Landa. Me veo sospechoso girando la cabeza cada dos por tres. Una adolescente sale de un coche cargando algo. No quiero hacerla desconfiar con mi desconfianza. Giro en la calle siguiente. Ya del otro lado, me cruzo con el de la nueva carnicería. Nos saludamos cordialmente (un día dejarán de contestar el teléfono).
Unos mariachis se resguardan del agua, que cada vez cae en mayor cantidad. ¿Quién lleva mariachis a una misa funeraria? El flash sobre el vestido negro con adornos coloridos me aclara las dudas.
Paso por el Circle K, que antes fue otra tienda, que antes fue un Extra, y que en unos años será un Oxxo. Lo único que no cambia es la señora que vende fruta picada en la esquina. … somos los malos. ¿Qué fuéramos a hacer? Mi mano se alza para saludar a Don Quique, el de la tienda.
Ya en mi calle, mi vecino me saluda. Años atrás, siendo yo más niño, nunca devolvía mis saludos. Lo pienso mientras digo: Buenas tardes. Saludo también al vecino nuevo que es mecánico. Él solo esboza una sonrisa. Se parece demasiado a Julián Herbert. No creo que haya cambiado Coahuila por Celaya, ni a la literatura por el servicio automotriz.
Abro reja, toco timbre, cierro reja.
Abro puerta, mamá, ya llegué, cierro puerta.
Me encandila la oscuridad de mi sala, antes de volver a aplastarme en el sillón mientras espero otra cita con la psicóloga u otro live en Facebook para saber dónde fue la balacera más reciente.