Amix, no me preguntes cómo pasa el tiempo
Por Gustavo Hernández
Para Sigi C. Silva
(Aunque poco a poco me he dejado seducir por la poesía, puedo afirmar que me queda por delante mucha sensibilidad por desarrollar. Para leer poesía necesitas tener otra forma de sentir y apreciar las cosas, algo que va más allá del sentido literal de las palabras: se necesita de la reflexión. Considero que la reflexión también puede ser algo espontáneo, algo que hacemos por naturaleza, conozco personas que reflexionan de manera inmediata, pues cuentan con la sensibilidad a flor de piel.)
Me siento desolado, vagando por los pasillos de este edificio en el que no conozco a nadie. Hoy más que nunca me arrepiento de no haberle rogado más a mis papás para que me metieran a la misma prepa que mis amigos. Pero era imposible, pero el dinero no nos alcanza, pero pos ya qué. Al menos hay básquetbol, eso escuché por ahí, que el equipo es muy bueno, que entrenan en una duela, que la próxima semana hay pruebas para entrar.
Frente a la hoja con la información sobre los entrenamientos, un muchacho analiza con calma cada palabra del anuncio. Es uno de mis compañeros, él sí conoce a más gente del salón porque la mitad del grupo iba en la misma secundaria. “¿Vas a ir a las pruebas?”, le pregunto. Está como entre sí y entre no, pero me termina diciendo que sí, siento yo que más a fuerza que por gusto.
El día de las pruebas me acuerdo de haberlo visto ahí, pero yo, estando ocupado en no fallar tantos pases o tiros, termino por perderlo de vista. Al final entro, a pesar de haber bloqueado el tiro de un compañero de equipo. No vuelvo a ver sobre la duela al muchacho que va en mi clase, pero poco a poco va apareciendo más en mi vida.
(José Emilio Pacheco es uno de los autores que más me ha ayudado a cultivar esta sensibilidad. Su poesía es directa, usa las palabras exactas para desatar esa reflexión de forma inmediata, más aún cuando su lírica toca la puerta de la nostalgia y del irremediable paso del tiempo.)
Mi amigo y yo llevamos siete años yendo a la Feria del libro de nuestra ciudad, o de las distintas versiones de Feria, como bien recuerda él, porque un año se juntó con la conmemoración de las Batallas de Zalaya; entonces no fue ni feria, ni del libro, pero sí había puestos de libros. En la Feria de ahora parece que faltan libros, porque terminamos de ver todo en menos de diez minutos. Nos sentamos a pensar si vamos a comprar algo o no, a pensar en esa foto de nosotros con dieciocho años en nuestra primera Feria, a pensar en una revista que probablemente nunca se haga por nuestras ocupaciones, a pensar en Aquí nos tocó vivir y a pensar en lo que viene.
Unas semanas después coincidimos en un proyecto. Es mi primera vez teniendo que buscar locaciones, hacer un plan de rodaje, apoyando al director. Algunas cosas salen bien, pero la mayoría no como se esperaba. Entre un charco gigante de lodo, el frío de la noche y la cámara rodando, recuerdo y agradezco no haberte vuelto a ver en la duela, pero sí en un escenario.
(La nostalgia en la poesía de Pacheco actúa como catalizador para expresarse respecto a varias cuestiones, pero siempre tomando en cuenta que no podemos hacer nada ante el paso del tiempo, sin que ello sea trágico o algo por lo cual lamentarse. Los versos de Pacheco son punzadas de nostalgia que, con toda la intención, nos sacan una sonrisa crítica ante lo que éramos y ante lo que seremos, o lo que dejaremos de ser.)
A la semana siguiente es tu graduación. Llegamos tarde, como de costumbre, pero de todas formas nos recibes con un abrazo y una caguamita Carta Blanca. Mientras bailas el vals con tus papás y tu hermana, mientras nuestros amigos te graban con el celular, me pongo a pensar en la primera vez que fui a tu casa, en las veces que tu papá me llevó a la mía, en las clases que compartimos durante la prepa, en los proyectos de clase que siempre terminaban en referencias a cosas que ahora ni nos gustan, en la vez que nos asaltaron en el camión después de haber ido al Sanborns a ver libros. Te miro abrazando a tu familia y los veo riendo. Mi mejor amiga me voltea a ver, descubriéndome con los ojos llorosos y un nudo en la garganta que no me deja decir: No me preguntes cómo pasa el tiempo.