En algún momento de la década de 1960 el patólogo mexicano Francisco González Crussí, residente en los Estados Unidos, se encontró con una escena cuya naturaleza terrible dejaría huella profunda en su sensibilidad: a sus manos llegaba el cuerpo lastimado de una niña a la que debían realizar una autopsia, pues había sospechas por parte de las autoridades de que el deceso de aquella pequeña de tres años no era ningún accidente. Y en efecto, los estudios revelaron la crueldad a la que fue sometido su cuerpo durante años (hasta el punto en que los cartílagos llegaron a desprenderse) por quienes aseguraban que sólo había caído de las escaleras: sus padres.1 Esta dura realidad, que el especialista vio repetirse innumerables veces en los círculos forenses, motivó a que su lúcido ensayo Notas de un anatomista incluyera un capítulo completo dedicado al maltrato de los niños. En él, González Crussí lleva a cabo un elocuente repaso por la historia de la humanidad y llega a una conclusión poco tranquilizadora: la infancia ha sido objeto de abusos constantes en múltiples culturas sin importar cuán avanzadas o equidistantes se nos muestren (ya sean de Oriente o de Occidente) y lo sigue siendo todavía. Pero sería un error, nos advierte el ensayista, atribuir dicha violencia a sujetos cuya desviación los separa de la comunidad y la exime de culpa, al contrario, la sociedad no vacila en justificar el maltrato como un derecho del adulto por sobre el niño al que se quiere disciplinado, contenido. La brecha entre los padres que fueron a la cárcel por dar muerte a su hija y la comunidad abusadora que no obstante se escandaliza por el asesinato de infantes es, pues, mínima: “En suma, se parecían mucho al resto de nosotros. Creo que es exacto decir que se parecían mucho al resto de nosotros simplemente porque, en efecto, son como el resto de nosotros”.2 En términos similares se expresaría muchas décadas más tarde la antropóloga Rita Segato, pero para hablar de la violencia ejercida hacia las mujeres tras reflexionar sobre la ola de feminicidios perpetrados en Ciudad Juárez:
“[…] los crímenes sexuales no son obra de desviados individuales, enfermos mentales o anomalías sociales, sino expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza nuestros actos y nuestras fantasías y les confiere inteligibilidad. En otras palabras: el agresor y la colectividad comparten el imaginario de género, hablan el mismo lenguaje, pueden entenderse”.3
Al someter a examen la mente de quien comete esta clase de abuso hallaremos con que se repite a sí mismo las ideas nocivas que hacen de la mujer, en el día a día, un ser minimizado, reducido y aleccionado por una sociedad patriarcal a la cual se le quiere someter. De ahí que, concluye Segato, el agresor, más que ver satisfechos sus deseos en el cuerpo de la víctima, pretende imponerse como una figura moral que repite, mediante el acto de la violencia sexual, el poder disciplinador de la ley (la cual se fundamenta en la demostración de poder).4 La brecha entre este individuo y aquellos padres que desgarraron los ligamentos de las extremidades de su hija a fuerza de jalones parece ser aún más corta. Tal víctima se nos muestra, pues, doblemente vulnerable en tanto infante y en tanto mujer: grupos que, durante las guerras, por ejemplo, son blanco primordial pues a través de ellos se busca desmoralizar al enemigo: Rita Segato recuerda cómo el cuerpo femenino adquiere en dichos conflictos el valor de territorio en el que el vencedor extiende su dominio a través de la inseminación, con ello también se suplanta la progenie del vencido, a la que le espera un destino fatal. Los griegos nos heredaron una representación sobrecogedora de esta cruel demostración de poder con la muerte del primogénito de Andrómaca y Héctor: el pequeño Astianacte que rompía a llorar con solo ver el casco de su padre es lanzado cabeza abajo desde las altas murallas de Troya por los aqueos. Si en 1960 un crimen de tal magnitud despertó el escándalo del anatomista, ¿qué impresión le suscitaría el castigo que la violencia sexual de los últimos años ha ejercido sobre las niñas en México, su país de origen? De acuerdo con las cifras proporcionadas por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en México tan solo de 2015 a enero de 2023 se registraron 697 casos de feminicidio infantil. Algunos de aquellos rostros (a decir verdad, muy pocos) nos son familiares en la medida en que sus casos hallaron eco en la prensa y otros medios: recordemos a Fátima Cecilia, cuyo cuerpo sin vida (hallado dentro de una bolsa en la alcaldía Tláhuac tras días desaparecida) presentaba signos de tortura y abuso sexual, días antes había sido sustraída de la primaria por una amiga de su familia quien la mantuvo en su hogar junto a su pareja, el principal agresor; recordemos también a Valeria, de 11 años, la cual, para evitar empaparse con la lluvia, subió a un transporte público en el municipio de Nezahualcóyotl, al día siguiente fue encontrada sin vida en el asiento del copiloto, llevaba puesto su uniforme de la escuela y en su cuerpo había huellas de abuso. Este último crimen de 2017, cuya naturaleza no es menos terrible que el anterior, marcó profundamente a la poeta mexicana Cristina Arreola Márquez como lo demuestra en su texto “Diálogos con tú. Parte III” del mismo año: “no queremos más niñas violadas y localizadas en una combi, no queremos más tocamientos en el transporte público, pero sobre todo no queremos comentarios que denosten nuestras denuncias”.5 La indignación ocasionada por un estado patriarcal, generador de violencia hacia niñas y mujeres, se filtraría en otros momentos de su escritura hasta desembocar en el poema “Se le acabarán a tus ojos las lágrimas” en el que la voz lírica se dirige al cuerpo sin vida de una niña, como lo atestigua la mención al uniforme escolar. Cristina Arreola Márquez nació en Colima en 1988, es Licenciada en Letras Hispanoamericanas por la UdeC, poeta, periodista, editora y jefa de redacción de Revista Monolito, autora de los libros Nínive (2010), Navajas de sal (2017) y Samael (2018). Su escritura figura en antologías y otros medios como Punto de Partida y La experiencia de la libertad. En esta última gaceta donde, en 2020, publica “Se le acabarán a tus ojos las lágrimas”, poema escrito en segunda persona que, de entrada, nos muestra una imagen muy singular: la del cadáver que llora:
Se le acabarán a tus ojos las lágrimas
niña mía
la falda escolar volverá a ceñirse al cuerpo
y
si un grito te regresa el alma
vuelve apacible al sueño
que esta noche es tu velación.6
El uso futuro del verbo “acabar” es lo que nos indica que el llanto de aquella niña continúa aún después de muerta, es como si la experiencia traumática que le arrebató la vida fuera tal que le es posible aún sentir dolor, dolor que el sujeto poemático quisiera mitigar con palabras dulces de consuelo. En su texto Cristina Arreola Márquez parece recuperar la tradición mexicana que dicta la necesidad de hablarle a los muertos para apaciguarlos, para que se ablanden mientras sus familiares los visten, para que puedan ir en paz. Precisamente esta idea está presente también en la escritura de otra autora contemporánea, Clyo Mendoza, quien en Furia hace que uno de sus personajes se dirija a un cadáver con dulzura con el fin de que abandone el rigor mortis.7 Si bien el muerto que derrama lágrimas es una imagen insólita, no lo es en el imaginario colectivo la asociación niño-llanto, ya González Crussí señala como ejemplo paradigmático de nuestra tradición la obra Eco de un grito del David Alfaros Siqueiros, en la que ve cifrada toda la violencia que la humanidad ha ejercido contra los menores: “parece el lamento ininterrumpido de la larga, larguísima sucesión de niños que han sufrido abandono, hambre, inclemencias y paliza; es el mismo lamento que ha resonado en todas las épocas”.8 El espacio en que se enmarca la niñez desde inicios de los tiempos podría definirse entonces como el vallis lacrimarum, el valle de lágrimas, lugar opuesto al sitio celeste de dicha eterna en el cual deposita su esperanza el creyente católico. En el texto de Cristina Arreola Márquez, sin embargo, para el muerto no hay la promesa de un mundo mejor: lo único que el yo lírico puede asegurar es que, una vez en el ataúd, la infante podrá sentirse a salvo por primera y última ocasión:
postra tus penas
sobre esta caja
aquí
nadie podrá tocarte
estás segura.9
Tras la lectura de la estrofa anterior sería válido preguntarse: ¿de qué o de quién se sentirá a salvo el sujeto violentado? Es entonces que asoma un tercer sujeto, el cual ha estado ahí desde los primeros versos y que es perceptible en tanto prestamos atención al cuerpo sin vida que el yo lírico tiene enfrente. Para ello es preciso remitirnos a la idea de Rita Segato, la cual dicta lo siguiente: “Todo acto de violencia, como un gesto discursivo, lleva una firma”.10 Dicha firma no es otra que la agresión sexual, nunca nombrada en el poema, como si con ello se pretendiera no perturbar con el recuerdo a la víctima, aunque sí sugerida y acaso enunciada de manera inconsciente por la voz poética: es sugestiva la persistencia con que se repite el vocablo “velación” como cierre de la mayoría de las estrofas, su sonido nos llega similar al de la palabra “vejación” e incluso es más cercano al del vocablo “violación”. De ahí que sea elocuente que el cierre del texto sea el siguiente: “vuelve apacible al sueño //que no habrá más velación”11, lo que podría sustituirse por: “vuelve apacible al sueño//que no habrá más violación”. El tercer sujeto es pues el agresor sexual, al que se alude en estos versos:
para ya esa súplica
para el tormento
que en tu rostro las huellas del terror se vayan
permite el gesto apacible del sueño
que esta noche en medio de los rezos
la justicia hará caer el puño
de aquél que te profanó.12
Habría que cuestionarse si detrás de esta promesa de justicia no obra una mentira cuyo propósito es no perturbar la paz de aquel cuerpo infantil, pues quizá el yo lírico no ignore que la mayoría de los autores de dichos crímenes muy difícilmente reciben el castigo de la ley, basta con traer a la memoria los cientos de feminicidios de Ciudad Juárez que han quedado impunes, como lo remarca Rita Segato.13 Aquella intención por rehusarse a toda costa a alterar el descanso del muerto revela un efecto singular en el poema: el de la contención, contención del sujeto que teme también quebrarse y romper en llanto, de ahí que el texto tenga el tono de quien habla en voz baja. Sin embargo, la lamentación del sujeto poético sí que es perceptible en otro nivel del texto de Cristina Arreola Márquez, para ello hay que señalar la insistencia con que se manifiestan las aes y las íes, en gran medida por las repeticiones de palabras como “para” y de la conjunción copulativa “y” que a veces forma aquí un solo verso. Si hermanamos ambos fonemas obtenemos la interjección “ay”, unidad que en nuestra lengua expresa el dolor y la aflicción del enunciante. Este dolor trabaja también detrás de la ya mencionada repetición del vocablo “para” de los siguientes versos: “para ya esa súplica//para ya el tormento”. Tal verbo, que aquí tiene la acepción de detener o impedir algo, podría esconder el sentido de “levantarse” de tal forma que el yo poético estaría deseando, pese a que parezca enunciar lo contrario, que en la niña obrara el mismo milagro que trajo a Lázaro de Betania al mundo de los vivos.
Por último, es significativa en el mismo grado la decisión de Cristina Arreola Márquez de no aclarar la identidad de la menor que descansa en el féretro, pues en realidad con tal efecto consigue nombrarlas a todas: a las menores que han sido víctimas, a lo largo de la historia humana, de un modelo patriarcal que las violenta y les niega el valor de sujetos en tanto infantes y mujeres. Aquella niña del poema tiene nombre y es Fátima Cecilia, Valeria, Victoria Guadalupe, y otros cientos más.
Notas
- Cfr. Francisco González Crussí, “Reflexiones sobre el maltrato de infantes”, en Notas de un anatomista (trad.
Antonio Garst). FCE, Ciudad de México, 2018, pp. 122-150. ↩︎ - Ibid., p.43. ↩︎
- Rita Laura Segato, La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez: territorio,
soberanía y crímenes de segundo estado. Tinta Limón, Buenos Aires, 2013, p.19. ↩︎ - Cfr. Ibid.,p.23. ↩︎
- Cristina Arreola Márquez, “Diálogos con tú. Parte III”. Monolito: Revista de Literatura y Arte, (junio, 2017)
[En línea]: https://revistaliterariamonolito.com/dialogos-con-tu-parte-ii/ [Consulta: 03 de junio, 2022]. ↩︎ - Cristina Arreola Márquez, “Se le acabarán a tus ojos las lágrimas”. La experiencia de la libertad: Gaceta de
literatura, 1 (marzo, 2020), [En línea]: https://laexperienciadelalibertad.wordpress.com/2020/03/06/se-le-
acabaran-a-tus-ojos-las-lagrimas-cristina-arreola-marquez-poesia-mexicana-v/ [Consulta: 03 de junio, 2022]. ↩︎ - Cfr. Clyo Mendoza, Furia. Almadía Ediciones, Ciudad de México, 2021, p.15. ↩︎
- F. González Crussí, op.cit., p.141. ↩︎
- C.A.Márquez, op.cit., vv.8-9. ↩︎
- R. Segato, op. cit., p.22. ↩︎
- C.A. Márquez, op.cit. vv. 26-27. ↩︎
- Ibid. vv.17-23. ↩︎
- Cfr.R. Segato, op.cit.,p.17.
Bibliografía
Arreola Márquez, Cristina, “Diálogos con tú. Parte III”. Monolito: Revista de Literatura y Arte, (junio, 2017) [En línea]: https://revistaliterariamonolito.com/dialogos-con-tu-parte-ii/ [Consulta: 03 de junio, 2022].
———————————, “Se le acabarán a tus ojos las lágrimas”. La experiencia de la libertad: Gaceta de literatura, 1 (marzo, 2020), [En línea]: https://laexperienciadelalibertad.wordpress.com/2020/03/06/se-le-acabaran-a-tus-ojos-las-lagrimas-cristina-arreola-marquez-poesia-mexicana-v/ [Consulta: 03 de junio, 2022].
González Crussí, Francisco, “Reflexiones sobre el maltrato de infantes”, en Notas de un anatomista (trad. Antonio Garst). FCE, Ciudad de México, 2018, pp. 122-150.
Mendoza, Clyo, Furia. Almadía Ediciones, Ciudad de México, 2021, 259 pp.
Segato, Rita Laura, La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez: territorio, soberanía y crímenes de segundo estado. Tinta Limón, Buenos Aires, 2013, 88 pp.