Recuerdos inexplicables: mi memoria no es mía
Por Gustavo Hernández
Hace ya varios días, alguien intentó asesinar a Donald Trump rumbo a las elecciones presidenciales que tendrá en unos meses nuestro vecino del norte. Fuera de toda teoría de conspiración factible, análisis geopolítico innecesario, revisión histórica de atentados contra políticos estadounidenses (que no serán pocos) o de un análisis sobre incidentes con armas de fuego en eventos masivos en Estados Unidos (que serán muchos más), llegó a mí un tuit en el que se aseguraba que todos íbamos a recordar dónde estábamos el día que le dispararon a Trump.
Dicha publicación no pasó desapercibida por muchos que dejaron su like, asegurando que su memoria resguardaría por siempre aquel impactante suceso. De cierta forma, me ofendió de sobremanera que alguien que no fuera gringo pudiera importarle tanto que le dispararan al tipo naranja. ¿Por qué guardar ese recuerdo por el resto de tu vida? ¿Para presumir a tus nietos que recuerdas haber visto en tu celular el video segundos después del atentado? Gracias, abuelo. Pero ahora déjame seguir hablando con mis amigos del metaverso.
Sin embargo, es soberbio pensar que podemos decidir a placer qué momentos se quedan en nuestra memoria y qué otros no, como si pudiéramos acceder a la nube (el disco duro de nuestra generación) para borrar y guardar personas, conversaciones, partidos de fútbol, películas o magnicidios. Para no descarrilarme en otras cuestiones, recuerdo dos sucesos que no calificaría como relevantes a nivel personal, pero que de todas formas siguen en mi memoria hasta el día de hoy.
Vamos por orden cronológico. Era 2009, tenía nueve años y una telesota (desde mi percepción era del tamaño de una pantalla de cine). El aparato sintonizaba el canal CNN, y mi papá estaba atento a lo que relataban en el programa. Recuerdo tomas aéreas de una casa, personas gritando y una camilla siendo empujada por personas en uniforme. En la cintilla color rojo de la transmisión podía leerse: “Muere Michael Jackson a los 50 años”. Estuvimos frente a la televisión por horas (quizá fueron solo minutos), pero después de toda la información de lo que había sucedido en la mañana, yo solo atiné a preguntarle a mi papá si Michael Jackson era el señor que jugaba basquetbol y salía en la película de los Looney Tunes.
Ahora es 2016, el celular es ya una extensión de mi persona y la exposición a redes sociales ya ha dañado mi capacidad de poner atención a las cosas o de estar haciendo algo sin escuchar algo de fondo. Navego los mares tóxicos de Twitter (ahora X), pregono que es un lugar horrible con gente aún peor, pero de todas formas sigue siendo la aplicación en la que paso más tiempo. Mi domingo de aburrición adolescente se ve interrumpido cuando varias publicaciones confirman la muerte de Juan Gabriel. Ahora sí sé quién es el protagonista del suceso, no conocerlo a esa edad hubiese sido considerado traición a la patria, pero de igual manera no dedicaba ni una parte de mi tiempo a rendirle tributo a su figura. De todas formas, al ver todas las pleitesías rendidas al Divo de Juárez, se me sale mi lado más mexicano y termino llorando por unos minutos, mientras lo escucho cantar en Bellas Artes.
La muerte de estos artistas sigue en mi memoria, aun cuando no los escucho con frecuencia. No me pasa lo mismo con Philip Seymour Hoffman, que es uno de mis actores favoritos, o con José Agustín, que falleció a principios de año, pero sigo sin poder recordar qué hacía ni en dónde estaba cuando me enteré de su muerte.
Más que la capacidad de recordar lo que ya he olvidado, me gustaría no olvidarme de ciertas cosas, como la vez que me picó una abeja en la playa y mis papás me pusieron hielo en el pie al atardecer del Pacífico o del taxi con número 162 con el que mi abuelo pasaba a recoger después de mis entrenamientos, ni mucho menos cuando a mis amigos y a mí nos corrieron de nuestro primer departamento en Guanajuato por celebrar mi cumpleaños. Pero estoy seguro, porque la memoria actúa de formas misteriosas, de que no voy a poder olvidar el estar en la sala de mi casa, después de ver un evento de influencers boxeando, cuando entré a X (por siempre Twitter) para enterarme que a Donald Trump le habían volado un cacho de oreja.