Mezquite torcido

Goteras por doquier

Por Gustavo Hernández

Hace unas semanas, aquí en Guanajuato, una tormenta terrible azotó nuestros callejones. Como sabrá toda persona que haya vivido en esta ciudad, la lluvia tuvo como consecuencia una inundación que me recordó a las imágenes de un suceso similar en el 2018, unos meses antes de que yo llegará aquí. De mi mente jamás podrán borrar un video en el cual una rata (que casi no abundan aquí) luchando por su vida, aferrándose a una banqueta, hasta que un desgraciado termina condenándola a caer en el río de agua puerca que purgó la ciudad aquella tarde.

Esta vez la lluvia no fue tan violenta como la de hace unos años, aunque sí dejó estragos: varios coches con pérdida total, gente convertida en sopa y techos a punto de colapsar. Yo fui víctima de este último suceso.

Poco se ha hablado de lo incomodo que es descubrir una gotera en casa, así como lo difícil que es deshacerse de la misma.

Uno está tan tranquilo en casa, feliz de haber llegado antes de que la tormenta de dimensiones bíblicas, lo hubiese agarrado todavía en la calle, sin paraguas y muchos menos con un impermeable. Desde la comodidad del hogar, después de meterse a bañar, con la pijama puesta y con un vaso de su bebida favorita en mano, a un clic de poner esa película que tanto ha esperado, o para por fin terminar esa serie de la que todo mundo habla, uno se percata de un sonido leve, pero firme. Hay que estar a la expectativa por unos segundos, con el Jesús en la boca, a la expectativa de que solo sea la imaginación jugando con nuestra cordura. Pero no. Ahí está, nuevamente, ese sonido. Ni modo, toca abandonar la comodidad del sillón para enfrascarse en la ardua búsqueda de una gotera. La desesperación se hace latente cuando por ningún lugar se nota algo fuera de lugar, pero el sonido sigue y sigue y sigue. Es necesario sentarse de nuevo, para retomar fuerzas y no perder la cabeza. Es ahí, de nuevo frente a la pantalla, cuando vemos una gota cristalina cayendo en cámara lenta sobre nuestra televisión.

Una vez encontrada la fuga, es primordial hacer un reacomodo de los muebles del cuarto. Porque sí, las goteras siempre salen en los lugares más inoportunos: encima de un librero, justo en medio de la cama o en el mismo lugar de la mesa del comedor.

Tras jugar tetris con las cosas, y dejar sin sentido alguno el reacomodo del espacio, toca buscar un recipiente para contener el agua. Generalmente, es mejor un contenedor pequeño a una cubeta, a menos que se trate de algo muy serio. La cubeta nos juega en contra porque su acústica es mejor a la de muchos teatros municipales del país. Por ello, será mejor algún otro bote, tupper, vaso u cosa que tenga a la mano. Ahora, si uno ya demostró que es neurótico, también es preciso encontrar una prenda o trapo de algodón para evitar cualquier sonidito que nos saque de nuestras casillas.

Encontrada la solución para esa noche, es común despreocuparse y no volver a pensar en ello hasta que otra tormenta comprometa la integridad de nuestros hogares. Peor es cuando en temporada de lluvias, nuestros techos parecen colador, teniendo cinco o más goteras en toda la casa, no quedando otra cosa que sacar más recipientes y ropa vieja para aguantar por unas semanas, o meses, o hasta que las lluvias paren para poder impermeabilizar. Después viene que si la cubeta que es para tres años, pero que termina durante dos, o que si una membrana de refuerzo, o que si es mejor contratar a alguien o hacerlo uno solo: la impermeabilizada es otro gran problema que no se abordará en este momento.

Por último, es importante evitar el Sísifo de las goteras. Es decir, no hay que olvidarnos de las fugas una vez que el clima cambie y el sol seque con sus rayos nuestros techos, atrasando así la reparación de las goteras, hasta que otro diluvio nos recuerde la fragilidad de nuestras casas.