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Primero fue la escasez del agua. Casi a la par, la extinción de varias especies cuya importancia no se reveló sino casi hasta el final de todo; algunas de ellas jamás las vi en la vida ni conocía sus nombres, pero varios productos comenzaron a ausentarse de los mercados. No pasó nada, total, pudimos vivir sin miel y sin algunos cereales. Cuando vino la crisis de los combustibles, ahí sí todo mundo se preocupó y empezaron las especulaciones; dejamos los autos, usamos sólo los transportes colectivos y aquellos necesarios. 

En aquel momento yo trabajaba en uno de los muchos bancos que se enriquecieron a costa de venderlo todo. El sistema financiero ya iba en picada. Hasta tiempo después entendí lo equivocados que todos estábamos al tratar de acaparar recursos prácticamente extintos. Ya para qué. 

Lo peor fueron las enfermedades. Por cuestiones ecológicas que realmente nunca entendí, numerosas colonias de bacterias terminaron refugiándose en nosotros, sobreviviendo y multiplicándose a costa de nuestros cuerpos. Una enfermedad tras otra disminuía exponencialmente la población cada mes. Todo medicamento fue inútil y, con la mano de obra reducida, nada pudo producirse con suficiente rapidez. 

Las ciudades pequeñas se quedaron prácticamente vacías y las personas comenzaron a moverse a las grandes buscando algún vestigio de orden. Había robos, asaltos y otros desmanes que las pocas fuerzas de seguridad ya no podían controlar. Vinieron muchos toques de queda desde diferentes mandos. En las noches el barullo y tumulto de todas las mascotas abandonadas o solas taladraba los oídos. La existencia fue un caos insoportable.

En pocos meses la noche calló. Continuó la extinción masiva y pronto ya no quedaban realmente tantos grupos, ni buenos ni malos. Era raro encontrarte a otros y, dentro de las pocas comunidades, las personas seguían muriendo. A veces subíamos a las azoteas de edificios grandes en busca de seguridad, agua y alimentos; alrededor prácticamente no había luces ya, ni un fuego en toda la ciudad. Entonces volvieron las estrellas, la Vía Láctea triunfaba hermosa cada noche iluminándolo todo, ajena al drama de esta pequeña roca que era la Tierra.

A veces fantaseábamos con que alguien vendría a rescatarnos, pero en nuestro grupo, para mala fortuna, teníamos un astrónomo. Las esperanzas iban escaseando tal y como el agua potable que conseguíamos cada día. El clima se volvió extremo: árido y quemante en el día y frío congelante en la noche. Por más que intentamos, no alcanzamos el mar, aunque caminamos bastante. Las sierras seguían siendo infranqueables para la lluvia de aquel lado y para nosotros de éste. El clima terminó por llevarse a mis compañeros y me quedé solo, un poco antes de la cúspide. Tengo la certidumbre de que no queda nadie más.

Enterré al astrónomo, que fue el último, cerca de la cima de uno de los picos más altos del país, bajo un cielo estrellado que en otro tiempo le habría causado fascinación. Desde lo alto, no había ya árboles que taparan mi vista, no había glaciares, no había animales, no había nada, sólo enormes y pedregosas montañas extendiéndose por todos lados frente a mí. Parecía una de las muchas fotos de Marte que en otros tiempos mostraban los noticieros como un gran avance tecnológico. No lo dudo. Pero en aquel momento, a mis pies, yacía toda la tecnología humana hecha chatarra, apagada, inservible. 

Habría dado cualquier cosa por una tarde común en la que, habiendo salido del trabajo, tomara el metro, fuese al supermercado, tan fresco con su aire acondicionado, y comprase la comida congelada que se me hubiera antojado para cenar. Después, hubiere llegado a casa, hubiese puesto la televisión, hubiese calentado todo en el microondas y hubiese cenado tranquilo junto con mi gato. Ya nada de eso será posible nunca más. Suerte que nunca tuve descendencia, buena o mala no lo sé, pero nunca hubiéremos sobrevivido.

Los conocimientos que siempre ignoré me vuelven loco durante las noches, hay tantas cosas de la humanidad desconocidas para mí y que ahora ya nadie más podría saber. ¿Cómo podría explicar el funcionamiento de esto o de aquello, la estructura de tal o cual cosa, el concepto fulano o la noción zutana? Los libros, el arte, las lenguas, todo perdido. Quizá debí leer más o saber más pero ¿para qué si ya no queda nadie más a quién explicarle? Por ello, en un arrebato de cursi esperanza, estoy escribiendo esto pensando que ojalá, en algún punto del tiempo, pueda encontrar algún destinatario.

Las películas que adoraba ver mostraban siempre apocalipsis ruidosos: grandes desastres, asteroides chocando contra nosotros, el sol tratando de quemarnos mientras la NASA se las arreglaba para salvarnos, monstruos gigantes o zombis… Pero nada nos preparó (me preparó) para este silencio en medio de calles vacías que jamás volverán a tener vida; para este silencio de los montes sin el ruido de coyotes o lobos, sin aves, sin grillos, sin el susurro de una hoja que cae; nada me preparó para el silencio de saber que, en esta cabeza a punto de estrellarse, quedan los únicos vestigios de una civilización ya perdida para siempre. Es el silencio de una llama que se extingue al entrar en la noche eterna.

Si encuentras esto y lo puedes leer, te saludo, hermano, deseo que estés en una mejor situación que la mía. Ojalá mi historia te provea algún consuelo y, desde el fondo del corazón, espero que logres sobrevivir, que podamos sobrevivir como especie, como civilización, como planeta. Lamento no poder dejarte palabras más valiosas, más sabias o más bellas (nunca tuve necesidad de aprender a usarlas), pero ten por seguro que van acompañadas de los sueños, las esperanzas y el amor infinito de todos los que te precedieron y, de alguna forma, aún te acompañan.

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[Etiqueta en lengua incomprensible]: Objeto tabliforme con escritura desconocida. Encontrado en excavación 42, locación 19°84´´Sistema Glu, cuerpo OM(e-L)as, brazo transversal Mu. Espiral Sag-17. Distancia 24ciclos/luz. Edad aproximada: 12003 lugones alrededor de su estrella. Encontrado por: T.I.K. y M.A.T. Científico responsable: UKLG.9 Archivo de Civilizaciones Extintas.